'20 N, ¿donde está, oh muerte, tu victoria?'.
La frase original, naturalmente en latín, es de San Pablo en referencia a la Resurrección… 20 de noviembre, en la basílica de la Caridad en Cartagena… Son las 6 de la mañana cuando el sacerdote, Don Fernando comienza la Santa Misa; la misa por José Antonio, fusilado ¡hace 88 años!
Y ahí estamos unos 35 devotos rezando por el alma de alguien a quien ninguno conocimos; a alguien que nos ha marcado un modelo de conducta, de vida y de muerte. Y estamos para rezar por él, no para adorarle…
Los restos mortales de José Antonio, con múltiples y emotivos traslados, ya no están en el Valle de los Caídos sino en una modesta lápida, en el cementerio de San Isidro, en Madrid; ¿ qué quedará de ellos..?.
Es como aquella dramática historia de Santo Domingo de Guzmán, capitán del ejército de Carlos I, admirador de la belleza de Isabel de Portugal, la esposa del César Carlos, que muere repentinamente y es trasladada, a pié hasta Granada, durante dos semanas. Allí, para certificar su identidad es descubierto el féretro, que muestra un horrible cadáver en descomposición… Ante esa tétrica visión, Guzmán- pronto Santo- exclama ¡No servir jamás a señor que pueda morir!
Nosotros, en Cartagena y en otros lugares de España, rezamos por José Antonio y le reconocemos como arquetipo de conducta; como forjador de la ”poesía que promete”; como sugestivo prometedor de la síntesis política con lo reseñable de las derechas y lo recuperable de las izquierdas…
Pero no le adoramos. Esa doctrina “de síntesis” que José Antonio anticipó, ha ido recreándose, desarrollándose con grandes pensadores, como Narciso Perales, García de Tuñón, Manuel Cantarero, Muñoz Alonso, Diego Márquez Sigfredo Hiller y otros muchos. Y otros muchos que van a seguir desarrollándola.
Por eso recordamos y honramos a nuestros muertos. Pero no los adoramos.
Solo la doctrina sigue y se desarrolla.
¿Ubi es mors victoria tua?