'Ficticia libertad'
“La libertad existe tan sólo en la tierra de los sueños”
Friedrich Schiller (1759-1805)
…… y yo creo que tampoco ahí.
El egocentrismo contemporáneo ha ido encumbrado cada vez más al hombre hasta hacerle creer ser el eje de toda existencia universal. De él depende todo, o casi; es grande, es jefe, es dueño y en suma tiene poder por encima de cualquier cosa. Es consciente de su “voluntad” y de sus deseos, por lo que ingenuamente se cree libre, ignorando en el fondo las causas por las cuales hace “lo que quiere y en el momento que quiere”. Ha terminado por admitir que rasgos físicos como su color o su pelo, si es que tiene, parten de unos caracteres anteriores que han llegado a él por medio de eso a lo que llamamos genes, pero cree y convencido, que es libre en lo que piensa, en lo que quiere y también en lo que hace.
Nada más lejos. Arthur Schopenhauer (1788-1860), considerado como uno de los filósofos más influyentes de la historia del pensamiento y autor de “El mundo como voluntad y representación”, obra maestra que me enorgullece haber leído, ya lo plasmó en esta frase: “un hombre puede hacer lo que desee pero no puede desear lo que quiera”. Antes de seguir, aconsejo a mi lector repetir una y otra vez la expresión hasta entenderla.
Vivir implica constantemente decantarse por uno u otro camino, tomar una decisión de entre las dos que, decimos por eliminación, siempre quedan y que inocentemente creemos reflexionada y tomada de forma racional, muchas veces hasta presumiendo de ello, pero ignorando lo que sentenció otro gran genio antes que el de Danzig, Baruch Spinoza (1632-1677): “la mente es determinada por desear esto o aquello”.
En lo patológico, admitimos que la psicosis, ese estado tirano y extremo de enajenación mental, nos arrebata la libertad del Yo; pero siguiendo en este terreno, ya fuera de aquel brote, incluso los profesionales nos olvidamos que intentar conseguir un cambio profundo, lejos de una terapia cognitiva e incluso psicoanalítica, nunca está al alcance del paciente, siempre será en vano y que lo único que nos puede provocar es frustración y a ellos falsas esperanzas.
Pero las personas también obviamos que aun fuera de la enfermedad mental tampoco somos libres. Igual que no elegimos nuestros deseos tampoco elegimos nuestros gustos y nuestras creencias en general, como creencias religiosas e incluso, sin querer entrar en polémica, creencias políticas que nos hacen estar en uno u otro bando, sin en el fondo saber por qué y como consecuencia de ello, enfrentarnos. Tampoco elegimos nuestros actos, pues al igual, éstos se realizan en acorde a una necesidad interna que a su vez responde a factores inconscientes que no conocemos y que no podemos controlar. No se puede sostener de modo alguno que nuestra voluntad sea libre. No elegimos lo que somos, ni por fuera ni por dentro.
Hemos de desterrar ese concepto al que tan ligeramente llamamos libertad pues es algo ficticio, totalmente ilusorio. La elección se sabe de antemano, ya estaba cantada. Poder imaginar opciones posibles, no implica que las tengamos a nuestro alcance, no. Nuestro cerebro no es libre, no es una tabla rasa como otrora pensábamos; nacemos programados y nuestras decisiones son presa de esos algoritmos previamente fijados, exactamente igual como puede ser la talla adulta que alcanzaremos.
A nivel legal y considerando así la libertad como la facultad que tiene el hombre para obrar de una manera u otra, o incluso de no obrar, todo sistema judicial actual considera que la persona “sana” que ha cometido un delito podría no haberlo hecho y por lo tanto lo juzga como responsable de esa acción, basándose en que “ha actuado con libertad”. Pero, siguiendo todo lo expuesto arriba ¿por qué pagar por algo que realmente no he elegido?, ¿por qué ya no me discrimináis por el color de mi piel y sí por lo que he hecho y que yo tampoco lo hubiera querido así? ¿por qué rendir cuentas, si volviendo a Schopenhauer, esa y sólo esa era la posibilidad que estaba a mi alcance? Ahí queda.
Por último, si consideramos la frase de Elbert Hubbard (1856-1915) de que “la responsabilidad es el precio de la libertad”, al considerar supuesta y fabulosa a ésta, ¿somos entonces íntimamente responsables de nuestros actos?
Ficticia libertad, ya digo.