Recital de poesía
Señor presidente de la Junta de Cofradías, Hermanos Mayores, Delegado Regional de la UNEE, señoras y señores:
La Unión de Escritores tiene el placer, y la responsabilidad, de participar en el Recital de Poesía Mística y Religiosa que desde hace tres años se viene celebrando en este incomparable marco de la Real Basílica de Nuestra Señora de la Caridad, lugar de recogimiento y fe en el que los cartageneros veneran a su querida patrona.
Hoy, como en infinidad de ocasiones tantos y tantos fieles habrán hecho, alzaremos nuestra oración en forma de versos, propios y ajenos. Porque si la oración es un diálogo íntimo del alma con su creador, nada hay más íntimo para el poeta que su poesía, y si la poesía es la expresión de los sentimientos en forma de palabras, nada nos hace sentir más profundamente que la oración si esta es sincera.
Oración y poesía nacen de un mismo manantial. A veces discurren por cauces distintos, a veces se arremolinan, a veces se remansan... pero siempre son una fuente para la vida y para la esperanza. Es poesía el Cantar de los Cantares, los Salmos, el Padrenuestro, el Avemaría, la Salve es poesía.
Esto, a buen seguro, pronto lo sintieron así Juan de Yepes o Teresa de Cepeda y Ahumada entre otros. Lo que no sabían es que ellos, unos pocos elegidos, alcanzarían la más alta y profunda inspiración con la que jamás pudiera soñar un poeta, el amor, el amor con mayúsculas, el amor puro y sublime que solo puede nacer de la unión del alma con Dios, la llamada vía unitiva que surgía tras la vía purgativa y la iluminativa. Se llegaba así al éxtasis, que tan magistralmente supo expresar en mármol Bernini, un éxtasis que anulaba los sentidos y traspasaba el corazón como una ardiente flecha.
Sin embargo, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Fray Luis de León...solo pudieron encontrar una forma de expresar tan singulares vivencias, ¡con la poesía!. De esta forma, allá por el siglo XVI, surgió la poesía mística española que tan gloriosos versos dejó en nuestra literatura, de los que hoy tendremos la fortuna de disfrutar algunos.
Pero no es necesaria la unión íntima con Dios para que el poeta ruegue, agradezca, alabe,...rece, porque la poesía religiosa también es oración. Y lo hará a su patrón, al de su pueblo o al de su oficio, sea este el que fuere, a la advocación mariana a la que le enseñaron a rezar sus mayores o a la que un día le hizo sentir algo que nunca supo lo que fue, a los santos y santas que siente cercanos en su vida, y seguro que estos, sabiendo de donde nacen esos versos, le escucharán y agradecerán, de formas que solo ellos conocen, sus palabras, sin importarles ni calidad ni cantidad, sino tan solo el amor que el poeta puso en ellos.
Dejemos que recen los versos.